jueves, 7 de diciembre de 2006

Gestiones

En casa de Jorge Rodríguez se gesta todo. En lo que es la cochera de su casa, se ha instalado una pequeña oficina en donde todos afinan detalles de lo que será la V Fiesta Internacional de Teatro en Calles Abiertas - FITECA. Jorge es el Director del Grupo Teatral La Gran Marcha de los Muñecones y Coordinador General de la FITECA y trabaja como todo el resto aquí en su misma casa.

He llegado en plenas coordinaciones y cada quién esta bocado en lo suyo. Francesca de la Comisión de Transporte coordina la llegada de un delegación extranjera. Paty coordina con Moisés y Janet los números que se van a presentar, David diseña las credenciales. Todos ellos apenas se dan tiempo para saludarme y continúan sus tareas. Se les nota en el rostro cansancio, quizás horas robadas al sueño.

Hazme un favor, me dice Moisés. ¿Cuál? le contesto. Cuenta el número de agrupaciones y suma el número de personas de cada una, ¿puedes?. Busco papel y lapicero, voy hacia un papelógrafo pegado en la pared. Es el cronograma de los números teatrales. Voy sumando. En cada recuadro aparece la cantidad de participantes. En total suman 27 agrupaciones y ciento veintitrés invitados. De aquellas catorce son extranjeras, y hasta hoy sábado sólo un grupo de argentinos ha llegado.

Cuando ya he terminado entra Ariel, periodista argentino que se ha vuelto voluntario del FITECA de casualidad. “Yo vine por unos días y he terminado quedándome. La verdad es que no pensé quedarme tanto tiempo en Perú, y estoy maravillado. No tenía idea de la magnitud del FITECA, me parece algo sensacional que la misma comunidad comparta, colabore, y además se identifique”, dice con gracioso acento, mientras va conectando su cámara digital a la computadora para ‘bajar’ las fotos que acaba de tomar.

¿Vas a almorzar con nosotros? Me pregunta Giuliana, mientras me saluda, apunta mi nombre en su cuaderno, y me da un vale de comida. Sí, le respondo a la vez que avisa a todos los presentes que el almuerzo va a estar en una media hora, y que todos deben bajar al comedor San Martín porque todavía no terminan de acondicionar el comedor oficial.

Luego de dejar atrás un caminito de tierra llegamos al comedor popular que está ubicado en uno de los extremos de la canchita en donde esta noche montarán el escenario y las butacas. El cemento domina todo el lugar, sólo el caño está con mayólicas. La mesa es a la vez un muro que separa el comedor de la cocina. A lo largo de ella nos sentamos en un largo banco cerca de diez personas, todos con gran apetito esperan ordenadamente su ración.

Mientras nos sirven el tallarín saltado que han cocinado, las cocineras se apresuran en tener todo en orden. Ya sirven los refrescos, ya están pidiendo los vales, ya están sirviendo los platos, todo lo contrario a lo que pueda indicar el aspecto frío del cemento, su amabilidad y diligencia borran el aspecto modesto y austero del comedor: nos convencen con su atención de que estamos ante uno de los mejores restaurantes de toda la ciudad.

Todos conversan. Allá en la cocina han acondicionado dos mesas para nuevos comensales. Los que ya han acabado agradecen a las cocineras y ceden el asiento a quienes aún esperan almorzar. Las conversaciones entre todos son vagas, pero amenas. Ariel, el argentino, nos cuenta acerca de las costumbres gastronómicas de su país, luego de los orígenes del tango y del folclore de su tierra natal.

Al comedor oficial lo han pintado todo de blanco, y le han dibujado arlequines, flores, tramas y hasta avisos para mantener el espacio limpio y ordenado; sólo le hacen falta las mesas, y listo. Afuera Erick y Alonso pintan de azul una fachada. Es de la señora Rosa quien se preocupa del nuevo aspecto de su casa, y pone periódico en el piso de cemento pulido para que no se manche.

Más allá Alex con su equipo de soldadura eléctrica, construye una verja que protegerá algunos árboles y arbustos. Doménico ha salido a conseguir más casa donde puedan hospedarse las delegaciones, y Paul ha salido con una camioneta de la Municipalidad a recoger a un grupo de colombianos. En la oficina, se continúa las confirmaciones telefónicas y David sigue diseñando. Paty coordinando con Moisés, Janet y Jorge.

La calle es casi una feria. Gente que cruza, lleva, trae, va y viene. El sol es implacable y no por ello alguien se detiene. Siguen su rumbo en contra del reloj y a favor de terminar su jornada de la mejor manera: de la que puedan sentir que han hecho lo que querían y más, y sentir que es importante por sí mismos, y no porque se lo dijeron. Cada voluntario de FITECA es conciente de su papel y de la forma anónima en que trabajan. Como hormiguitas que llenan su refugio, no de comida, sino de teatro, de arte.



Tal vez sean muchos nombres. Lo acepto, pero hay muchos más trabajando de manera anónima que no he nombrado. Muchos otros que estuvieron y están ahí, que entregaron su tiempo por nada a cambio. Entonces sabremos que los nombres que he mencionado son muy pocos para lo que años tras año vienen haciendo.
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