lunes, 4 de diciembre de 2006

FIEBRE DE FÚTBOL: UN RECUERDO Y APRENDIZAJE ONÍRICO

Ayer tuve un sueño. En él me despertaba solo en una cama alba, y el resplandor que reinaba se iba disolviendo en la medida que iba tomando conciencia de donde estaba. Pronto reconocí que estaba en mi cama y que no recordaba absolutamente nada, un leve susto se apoderó de mí. Lo primero que hice fue encender la televisión: unos hombres corrían a través de la pantalla de un lado a otro.

Los atletas se diferenciaban unos de otros por el color de sus atuendos y pude deducir que se trataba de dos bandos. Puse mayor atención a su andar algo absurdo, reparé en que la dirección de sus corridas dependían de la trayectoria de una esfera pequeña a la que golpeaban con el pie y la trasladaban de un lugar a otro. Alguien entró a mi habitación en ese momento y dijo entusiastamente: estás viendo el fútbol. Al fin sabía el nombre de aquel juego tan extraño.

En mi sueño, no reconocí quién había entrado a mi cuarto y no me preocupé de ello, estaba más interesado en descifrar ese juego que se desarrollaba a un ritmo vertiginoso: una voz engolada describía los sucesos con suma emoción y lirismo, los dos bandos actuaban en un coliseo lleno de gente y el campo de batalla era una gran alfombra verde.

Uno y otro equipo asediaba la última línea del contrario. Este juego llamado fútbol era una constante de ataque y defensa. Era una batalla de asedio y conquista. El batallón que atacaba ponía todas sus virtudes en lograr una anotación. Una batalla extraña, apenas lograban vulnerar la última línea –anotando o no – replegaban sus fuerzas para defenderse y volver atacar: un juego extraño el fútbol.

A pesar de que en mi sueño mi memoria no respondía al pasado, era imposible dejar de ver este juego que a la vez de emocionante era virtuoso por los movimientos de muchos de los jugadores. No sabía nada de lo que pudo haber ocurrido en el mundo antes de despertar, lo único cierto era que no sólo yo estaba fascinado. Era una fiebre que había dominado al mundo y que era una fiebre crónica. El mundo, por lo que me pudieron decir en esos instantes, estaba entregada al fútbol y giraba alrededor de él.

No me tomó mucho tiempo en descubrir todo acerca de este juego, y observé que los equipos dividían sus fuerzas en tres: los ofensivos, quienes, como piedras en el zapato, se encargaban de asediar la canasta enorme contraria que llamaban arco. Zigzagueantes e incisivos pertenecían a la casta de los conquistadores y de aquellos que nunca se rinden.

Los segundos son los organizadores, se encargan de administrar la esfera de manera virtuosa, colaboran con los ofensivos a que vulneren el arco contrario. Se puede apreciar que son los que mejor dominan la pelota y pertenecen a la casta de los cortesanos. Los últimos, son mas bien los recios defensores de su arco; los soldados que impiden a los conquistadores obtener su mayor presea: el gol.

Mas, en el equipo hay un jugador de mención especial: un hombre ágil y de aptitudes de ave y felino. Provisto de guantes tiene la tarea más difícil, es el último escollo del conquistador de anotar. Un error suyo significa la caída de su baluarte, a pesar de ello guapean su territorio con un aplomo envidiable y se atreven incluso a retar a los conquistadores.

En el coliseo al que llamaban estadio las graderías no se diferenciaban mucho de lo que uno se imagina lo que era el circo romano: una masa casi uniforme aplaudía y aclamaba los avances de su equipo, gritaba y se estremecía con cada jugada. Desbordados en delirio producían una atmósfera vibrante con cantos, con vítores y con el grito eufórico y desencajado que coronaba una anotación: ¡GOL!

Gol: debe ser el acróstico de Gran Ovación Liberada ¿Qué otra explicación puede haber? Si millones lo gritan al ver una anotación. Un rugir que significa fiesta, alegría, esperanza; pero también desazón, tristeza, fin. Un gol no puede decirnos nada, es una corriente que nos invade y nos alegra, nos deprime, nos aferra a una ilusión.

Desperté con aquella alegría de conocer algo nuevo –a pesar de que en realidad sí conozco el fútbol –¬¬¬¬. Ya despierto pude comprender que aquel juego maravilla a multitudes en todo el planeta por la sencilla razón de ser un juego incierto en el resultado: David puede golear a Goliat, y un petirrojo puede vencer a un león y viceversa, cuando sucede eso la sorpresa de unos se convierte en júbilo de otros, y nadie puede cambiar eso.

El fútbol de esta manera se convierte en una pasión donde once son igual a once, y no se distingue el color de piel, ni la procedencia; dos goles valen más que uno y no hay argumento que pueda romper la lógica matemática; puede también ser un juego injusto, no obstante, para ello siempre habrá una revancha. Como todo en la vida.

No hay comentarios:

BlogsPeru.com